La Mitad De Su Belleza Era Su Extraña Manera De Pensar

No obstante, para los ojos clarividentes, su embriaguez no carecía de mezcla. ¿Humillado en su arte de atemorizar corazones y embotar ánimos? ¿Frustrado en sus esperanzas y afrentado en sus previsiones? Semejantes teóricos, no precisamente justificados, pero no en lo más mínimo injustificables, cruzaron por mi mente mientras contemplaba yo el rostro del príncipe, en el que una palidez nueva iba a juntarse sin cesar con su habitual palidez, como nieve sobre nieve. Apretábanse cada vez con más fuerza sus labios, y sus ojos se alumbraban con fuego interior, semejante al de los celos y al del odio, hasta en el momento en que aplaudía ostensiblemente los talentos de su antiguo amigo, el extraño bufón, que tan bien bufoneaba con la muerte. En determinado momento vi a su alteza agacharse hacia un pajecillo, puesto detrás de él, y hablarle al oído.

la mitad de su belleza era su extraña manera de pensar

La compararía a un sol negro si se pudiera concebir un astro negro capaz de verter luz y felicidad. Ayer, entre la muchedumbre del bulevar, sentí que me rozaba un ser enigmático que siempre tuve deseo de entender, y a quien reconocí en seguida, aunque no le hubiera visto nunca. Había, indudablemente, en él para conmigo un deseo análogo, pues al pasar me lanzó significativamente un guiño, al que me di prisa por obedecer.

– Vi –

¿Es fuerza eternamente padecer, o huir de lo precioso eternamente? ¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre y en todo momento victoriosa, déjame! El estudio de la hermosura es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido. Partía serenamente el pan, en el instante en que un ruido muy suave me logró levantar los ojos.

Gustoso creería yo que al príncipe llegó a enfadarlo aquello de localizar entre los rebeldes a su comediante preferido. El príncipe no era ni mejor ni peor que los demás; pero una sensibilidad excesiva le hacía en muchos casos mucho más despiadado y más déspota que todos sus semejantes. Con pasión por las hermosas artes, y además entendido en ellas como pocos, mostrábase verdaderamente insaciable de bienestares. La enorme desdicha de aquel príncipe fue no tener nunca un teatro suficientemente vasto para su genio. Hay Nerones jóvenes que se ahogan en límites sobrado estrechos; los siglos por venir deben ignorar siempre y en todo momento su nombre y su buena intención.

La Hermosura

¿Y todas y cada una esas afectaciones aprendidas en los libros, y esa infatigable melancolía, hecha para inspirar a los espectadores un sentimiento en todo distinto de la compasión? A la verdad, me entran ganas en ocasiones de enseñaros lo que es la auténtica desdicha. «De verdad, querida, me molestáis sin tasa y compasión; diríase, al oíros suspirar, que padecéis más que las espigadoras sexagenarias y las viejas pordioseras que van recogiendo mendrugos de pan a las puertas de las tascas. Entretanto meditaba, no sin alguna alegría, que, como el cuarto se encontraba en el sexto piso y la escalera era cansado angosta, el hombre haría su ascensión no sin trabajo y darían mucho más de un tropezón las puntas de su frágil mercancía. Otro encenderá un cigarro al lado de un barril de pólvora, para ver, para saber, para tentar al destino, para forzarse a una prueba de energía, para dárselas de jugador, para saber los placeres de la ansiedad, por nada, por capricho, por falta de quehacer. Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en esos mezquinos seres se ajusta a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; entonces, echándose atrás con súbito temor, me ladra, como si me reconviniera.

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Exasperado el primero, agarró del pelo al segundo; cogiole este una oreja entro los dientes, y escupió un pedacito lleno de sangre, con un soberbio reniego dialectal. El propietario legítimo del pastel trató de hundir las menudas garras en los ojos del usurpador; este, a su vez, aplicó todas sus fuerzas a estrangular al contrincante con una mano, al tiempo que con la otra procuraba meterse en el bolsillo el galardón del combate. Pero, reanimado por la desesperación, levantose el vencido y echó a rodar por el suelo al vencedor de un cabezazo en el estómago. ¿Para qué describir una pelea horrorosa, que duró, de hecho, más tiempo del que parecían jurar las fuerzas infantiles? Viajaba el pastel de mano en mano y cambiaba a cada momento de bolsillo; pero, ¡ay!

Incido en la sensación tan extraña que me dejó la novela a lo largo de y tras su lectura, pienso que ha cumplido con creces su propósito en su género. Nos encontramos frente a una novela de lo que se conoce como literatura weird, es decir una ficción bastante extraña. Esta disparidad existe entre el Demonio de Sócrates y el mío; que el de Sócrates no se le manifestaba sino para defender, avisar o evitar, y el mío se digna aconsejar, sugerir, persuadir. El pobre Sócrates no tenía más que un Demonio prohibitivo; el mío es enorme afirmador, el mío es Demonio de acción, Demonio de combate. A mí me parece que estaría bien allí donde no estoy, y esa iniciativa de mudanza es una de las que discuto sin cesar con mi alma.

Tenían aspecto tan altivo y dominante, que al pronto los tomé a los tres por verdaderos dioses. Al comienzo no se atreverán a tomarlos, inciertos de su ventura. Entonces, sus manos agarrarán vivamente el obsequio, y echarán a correr como los gatos que van a comerse lejos la tajada que les disteis, pues aprendieron a desconfiar del hombre. Sí, en aquella atmósfera daría gusto vivir; allá, donde las horas mucho más lentas poseen más pensamientos, donde los relojes hacen sonar la esa con mucho más profunda y mucho más significativa solemnidad.

Se me olvidó deciros que antes solicité socorro; pero todos los vecinos se negaron a darme ayuda, fieles de esta forma a las costumbres del hombre civilizado, que jamás desea, no sé por qué, tratos con ahorcados. Vino, al fin, un médico, y declaró que el niño se encontraba muerto desde hacía múltiples horas. En el momento en que, más tarde, debimos desnudarle para el entierro, la rigidez cadavérica era tal, que, atormentado de plegar los miembros, tuvimos que rasgar y cortar los vestidos para quitárselos. En todas y cada una partes hay hombres de bien que denuncian al Poder los individuos de humor atrabiliario, que desean despojar a los príncipes y operar, sin consultarla, la mudanza de una sociedad. Los señores en cuestión fueron detenidos, y con ellos Fanciullo, y condenados a muerte cierta. Fanciullo era un admirable bufón, prácticamente un amigo del príncipe.

No Hay Manera Más Óptima De Rememorar A Las Víctimas De La Shoa Que Invocar La Memoria De Annelies Marie Frank

El ideal de belleza lo encontramos en mujeres anchas, aun obesas. Tal es el caso de Mauritania, en el que se ordena a las pequeñas a comer ingentes proporciones de comida grasa para hacerlas engordar. En otras zonas como Etiopía la deformación labial es el principal ritual de belleza. Se hace desde los quince años, cuando las pequeñas comienzan a ser consideradas mujeres. La tribu Mursi, por poner un ejemplo, coloca enormes discos de madera o cerámica decorada en la boca.